sábado, 24 de marzo de 2012

Ya no te amo...


Ya no te amo.
No sé cómo ni cuándo pero pasó.
Ya no te amo.
Me lo repito una y otra vez
Y cada vez suena más verdad que la anterior
Ya no te amo, ya no te amo. Ya no te amo…
¿ya no te amo?
Suena imposible, falso, una mentira.
¡ya no te amo!
Entiendes; es así de fácil, y por lo mismo así de doloroso.
Ya no te amo ¿?
Y  bésame con el despecho de la sorna
Que te produce la risita.
Así de cierto como decir ya no te amo.
Tan cierto como los silencios de nuestras charlas
cuando nos miramos.
Ya, te amo.
Y  déjame mirar la vida, que ya mismo se pone interesante.
Te amo, dicho en el confesionario
con la carga capital de haber pecado.
 ¿pecado? Sin dolor, sin saber, sin la conciencia retumbando.
Pecado el amarte derecho y sin chistar.
Pecado la verdad del empeño de cada día.
Pecado la manera en que me miento para seguir amándote.
Pecado las palabras que recibo de ti.
Pecado la felicidad que me causas.
Pecado la coordinación de tus ojos
Pecado sin dudar y decirte sin decirte que te amo.
Pecado el salir de aquel agujero donde no existe luz.
Pecado el morder la manzana de tus labios; y sentirme desnudo ante tus ojos.
¿Y si la manzana se equivoca y el desnudo es otro?
¿Y si la manzana te refleja en cada rincón de su rojo?
¿Y si  la montañas dibujan celdas donde te atrapan cada tarde?
¿Y si las últimas gotas de sangre del sol te recuerdan cada ocaso?
¿Y si las noches fingen demencia cuando pregunto por tu cuerpo?
Te amo, te amé…
Y aún no conozco todos los tiempos posibles de conjugación.
Aún no despiertan los pretéritos de sus tumbas.
Quizás en el silencio te escuche mejor,
Quizás en el destierro te siente mejor,
Quizás recién con la muerte nos podamos amar.
Trágico y sin sentido. Como la historia del hombre al que no le pasa nada
 Y para colmo se muere.
Trágico como el quizás repetido por tus labios
como un loro de circo.
Trágico como el payaso que llora de la risa, embrujado por la mentira de la actuación
Trágico como diez mil coliflores para saciar tu apetito de flores.
Trágico y absurdo como el quizás repetido por tus labios.
Trágico y absurdo como el ojala repetido por tus labios.
Trágico y absurdo como el que este aquí ahora escribiendo  esto mientras me acuerdo de ti;
Si, de ti, de tus ojos, tan perfectos; de cuerpo tan terso;  de tus piernas tan redondas, que dibujan una c de caos que no me deja escapar.  Así de caótica eres tú.
Por eso finjo todos los días ya no amarte;
con la convicción de quien no ama, al amor más grande que ha sentido jamás.

jueves, 22 de marzo de 2012

siyrtdersu


La melancolía es comparable al vacío. Su presencia, sus movimientos inquietos, la atmosfera tensa: somos dos sujetos que se hallan en los extremos del acantilado, ahí donde antes había un puente. El barranco, el vacío, que existe entre los humanos, entre los mundos de los humanos, nuestro barranco, ahí donde antes había un puente. Ese puente construido con su mirada, con mi mirada, con el sentimiento revitalizador de aquel amor; ahora solo nos miramos despreciando, ignorando, omitiendo ese puente, que se halla tan cerca de donde estamos parados, y se llena de polvo, abandonado.

El vacío solo muestra que antes ella estaba ahí. El inmenso espacio que ocupaba, que cada día, con cada mirada, incluso con cada recuerdo que de ella tenía, se apropió; ahora se torna en vacío.

En ese jardín que construyó ella, recogí con asombro las más bellas rosas que cultivó, que sin saberlo, hizo florecer en mi alma. Hallarla no fue coincidencia. Sin embargo, el misterio de su encuentro aún me desvela en las noches, en los días, en las horas, en el tiempo, con la única pregunta: ¿por qué?

Hallarla no fue coincidencia. Ella fue el detonante perfecto, el catalizador más idóneo, quizás demasiada perfecta e ideal, que detonó las hermosamente terribles, infinitas sensaciones que matizan mi vida. Fue ella, y gracias a dios, es la culpable; es ella, y gracias a dios, es a la que he amado.

La amé. La sigo amando, y ahora regreso al negro espacio donde antes se hallaba su edén, quizás por no perder la costumbre, quizás porque el camino a él me es tan familiar, o a lo mejor, porque en la oscuridad encuentre lo que ya no encuentro.

El vacío es frío, triste. Añoro los días junto a ella. El vacío no tiene nada aún, pero tengo la certeza de que la fecundidad del oscuro, del frio, de la tristeza, del vacío, que ella causó, se convierta en la fuente que ella fue.

Sentado aquí, solo, bajo un cielo infinito de estrellas, bajo un perlado de lágrimas, bajo el cielo que le pertenece, la extraño. Amarla no fue coincidencia. Ahora recorro ese puente.

Amarla… Amada… Amor… siempre lo supimos, exististe por algo; observabas desde tu lugar; exististe y ahora su lugar lo procuras…. Mi Amada… MI Amante… Mi Amelia… no eres ella, nunca lo serás.

Amor, amada, amante, Amelia, te llamaré de infinitas formas, de las maneras más hermosas, te llamaré con las palabras más antiguas, mas secretas; pero su nombre de reina antigua, su nombre de estrella, su nombre siyrtdersu, su nombre aquel que trascendió mi alma… ese nombre nunca lo serás.

Eres fruto del amor que le profeso. Eres fruto del amor que le guardo en lo más profundo de mi alma, ahí donde la esperanza se mantiene sumergida, ahí donde ella todavía domina mis sueños, ahí donde su lado de la cama sigue igual.

Querida… siyrtdersu… te amo.

domingo, 12 de febrero de 2012

Nocturno (III)


Una noche,
una noche toda llena de murmullos, de perfumes y de música de alas;
                               una noche
en que ardían en la sombra nupcial y húmeda las luciérnagas fantásticas;
a mi lado, lentamente, contra mi ceñida toda, muda y pálida,
como si un presentimiento de  amarguras infinitas
hasta el fondo mas secreto de las fibras te agitara,
por la senda que atraviesa la llanura florecida
                                caminabas;
                                               y la luna llena
por los cielos azulosos, infinitos y profundos esparcía su luz blanca;
                                               y tu sombra
                                               fina y lánguida
                               y mi sombra,
                               por los rayos de la luna proyectadas,
                               sobre las arenas tristes de la senda se juntaban;
                                               y eran una,
                                               y eran una,
                               y eran una sola sombra larga,
                                               y eran una sola sombra larga,
                                               y eran una sola sombra larga,…
                                               Esta noche
                                               solo; el alma
llena de las infinitas amarguras y agonías de tu muerte,
separado de ti misma por el tiempo, por la sombra y la distancia,
                por el infinito negro
                                               donde nuestra voz no alcanza,
                                               mudo y solo
                                               por la senda caminaba…
Y se oían los ladridos de los perros a la luna,
                                               a la luna pálida,
                                               y e chirrido
                                               de las ranas…
Sentí frio. Era el frío que tenían en tu alcoba
tus mejillas y tus sienes y tus manos adoradas,
                                               entre las blancuras níveas
                                               de las mortuorias sábanas.
Era el frio del sepulcro, era el frio  la muerte,
                                               era el frio de la nada.
                                               Y mi sombra
                               por los rayos de la luna proyectada,
                                               iba sola,
                                               iba sola,
iba sola por la estepa solitaria;
                                               y tu sombra esbelta y ágil,
                                                fina y lánguida,
como en esa noche tibia de la muerte primavera,
como en esa noche llena de murmullos, de perfumes y d música de alas,
                                               se acercó y marchó con ella,
                                               se acerco y marchó con ella,
se acercó y marchó con ella… ¡Oh las sombras enlazadas!
!Oh las sombras de los cuerpos que se juntan con las sombras de las almas!
!Oh las sombras que se buscan y se juntan en las noches de negruras y de
                                                                                                          lágrimas!       


José Asunción Silva                                                   

lunes, 5 de diciembre de 2011

Capitulo dos


Unos suaves cojines adornaban el lugar. Un perchero junto a la puerta sostenía unas chaquetas y un cinturón de cuero. La habitación era más o menos espaciosa, por el piso solían estar regadas algunas prendas de vestir, que ocasionalmente dejaba tiradas por ahí. Un olor a cera se desprendía de las tablas que conformaban  piso flotante de la habitación; formaban figuras geométricas, como si algún niño dibujara con muchos lápices a la vez, las tablas iban paralelas y cortaban la dirección abruptamente; parecían ondas en el suelo. La habitación estaba en un costado del departamento. Una puerta grande separaba a la sala del  dormitorio.
Apenas el sol entro por la ventana del dormitorio develo cientos de zapatos de tacones por el piso. Estaban por todo el suelo, indistintamente, como su hubieran sido producto de un aguacero que los dejara allí; casi no habían espacios del piso flotante que se pudieran ver. Cientos de zapatos, tal vez un millar. Resultaba absurdo. Tacos negros, botines rojos, botas beige, de todo los tamaños diseños y colores; era inquietante en cierto punto. Ver tantos zapatos en su departamento era extraño. Un oleaje de incertidumbre lo invadió. Se olvido del sueño, aunque todavía tenía restos del sudor frio que le produjera minutos atrás. Se levanto pausadamente, como midiendo sus movimientos. Tuvo cierto recelo de pisar el suelo, aunque, a pesar del sobresalto, con su pie izquierdo se hizo espacio entre un botín de cuero y un borceguí que parecía de terciopelo rojo. El suelo estaba frio, casi húmedo y le pareció haber pisado en algún tipo de baldosa.  Cuando se hubo puesto totalmente de pie, se abrió camino por entre los muchos zapatos amontonados. El esfuerzo que realizaba casi había disimulado la humedad el piso y que él lo había confundido con el frio de la noche absorbido por los rectángulos de madera. Casi había avanzado algunos pasos cuando noto que el piso en verdad estaba húmedo. Se estremeció aun más. Se detuvo en seco y miro a su alrededor se hallo rodeado de zapatos. No entendía lo que sucedía, afuera el día se mostraba radiante y azul, no había rastro de que hubiera acaecido una tormenta la noche anterior, todo estaba seco afuera. No pudo explicar el agua en el piso. – tal vez una tubería – pensó. Pero ni con este intento tangente de obviar tremenda eventualidad pudo disimular los zapatos. Cuando llego al quicio donde la puerta dibujaba una línea más café que la que se suponía tenía el piso flotante, comprobó con algo de alivio que los zapatos no se hallaban también en su sala. Se voltio y miro el cuadro de su habitación cubierta por zapatos. Un poco más calmado quiso pensar que se trataba de alguna broma que alguno de sus amigos le juagara, pero la respuesta pronto se desvaneció destruida por la realidad que contemplaba. En la alacena de despensa vio con susto, asco y perturbación un hueso, rojo, sangrante, que tenía un enorme y pomposo moño. El macabro obsequio lo dejo helado; esta vez bastaron solo fracciones para que el sudor frio brotara de nuevo. Miró atreves del cristal que cubría el cajón de la alacena. Gotas espesas de sangre corrían siguiendo los surcos de aquel hueso. Notó que en los extremo caían unas edras por el peso de la sangre, que eran, según parecía, pedazos de carne, que daban la idea de que el hueso fue arrancado d su sitio. Su aspaviento era enorme. Quiso correr pero el shock de la sorpresa pudo más. Se congelo por unos minutos mientras la imagen que asaltase su mente al despertar – las paredes embarradas de un rojo viscoso–  se repetía una y otras vez con el rodar de las gotas de sangre que se deslizaban sobre el hueso. Trató de respirar profundo, pero sintió como si un baldazo de agua fría le ahogara. De improviso, reaccionó. Quizás la adrenalina que comenzaba a hacer efecto, consiguió que él se pudiera mover. Camino hasta la cocina y notó que sus pies estaban mojados y viscosos. El susto le estrujó el estomago. Tuvo arcadas mientras intento llegar al baño. Ahí abrió la ducha y procuro que sus pies recibieran la cascada de agua que caía. Un ser cercano comenzaba a manifestarse, el pánico, impermeable, apareció en la regadera, y se paseaba señorial junto a él. 

Capitulo uno


Tan eróticamente que se olvido del placer que le causaba. Esas palabras retumbaban en su cabeza como si hubieran salido de alguna tara olvidada. Era de día y el despertador sonó, pero él estaba despierto desde hace horas. Tras las cortinas del enorme ventanal que ocupaba toda la pared de enfrente, unos cuantos rayos se colaban. Él los había visto aparecer uno por uno. Tomo conciencia de ellos cuando el alba daba sus primeros inténtenos de vida. Recostado bajo un cielo raso, intentaba dar forma a los cientos de puntos de resina que adornaban el tejado; los unía en formas tan absurdas que le causaba risa las dibujos que formaba. Debe tratarse de alguna clase de visión – pensó para sí. Lanzó un suspiro, profundo y redentor; la noche no había sido tan buena, sin embargo algunas cosas se podían rescatar. Tenía la mirada perdida en la pared, cuando notó que uno de los rayos alcanzaba al vaso de agua que se hallaba sobre su mesa de noche. El haz de luz, que tomaba la forma que las persianas le permitía, destello al chocar con algo de agua que aún se hallaba en el vaso. Por un brevísimo segundo a él le pareció ver un rostro que le rapto la mente. Un súbito recuerdo, como si se tratase de una hebra que se hala en un tejido, broto en sus pensamientos. Tratando de seguir el rastro de aquella memoria, se perdió en sus pensamientos. La sensación que ese fugaz haz de luz le causo hizo que se vinculara con una sensación anterior, quizás soñada o imaginada. Sobre la mesa de noche, una libreta con una tapa de color de la mora se dejaba alumbrar por el fulgor, que gracias al agua, ese colado rayo de sol se permitía aquel. El brillo de aquella libreta despertó una fugaz imagen en su cabeza: un cuarto oscuro, no muy pequeño, lo suficientemente claro para poder mirar como litros de sangre espesa y negra resbalaban por las paredes cubriéndolo todo; las manchas que la sangre dejaba mientras se regaba por esas perpendiculares formaban rayados ondulares, y de repente un grito, un grito seco, desgarrador, que vino y desapareció de la nada. El espasmo que sufrió tras el recuerdo repentino lo helo. Unas finísimas y cristalinas gotas frías de sudor habían aparecido en su frente, y después del intervalo de unos pocos segundos pareció que respiraba de nuevo. Una claraboya, abierta y empañada, dejó entrar una suave brisa fría y refrescante, brisa mañanera que hacía parecer que el espacio en donde se hallaba todavía seguía en contacto con el presente. Solo él por unos breves minutos pareció escaparse de la dimensión, un suave mareo le molesto al intentar incorporarse. Para cuando se halló sentado sobre su cama, todo parecía haber vuelto a la normalidad. Mientras intentaba recuperar el control sobre el susto que le causó tal recuerdo le vinieron a la memoria el sabor de aquellas palabras Tan eróticamente que se olvido del placer que le causaba; Era como si esas palabras fueran parte de la horrible imagen en su mente, como si el sabor de aquella frase fuera el último cuadro de la escena que había visto, como si tuviera tanta importancia como la sangre o el grito que aparecieron en su cabeza. La idea lo pasmo. Si era verdad, esas palabras eran tan horripilantes como la escena misma, pero a él le habían parecido excitantes, incluso hasta sublimes, hace pocos minutos  cuando despertó. Trató de indagar más allá, en los enmarañados pensamientos que comenzaron a enredarse en su mente. Si las dos sensaciones eran verdad, eran totalmente contradictorias. No podía concebir que un mismo recuerdo, espantoso y grotesco, se permitiera ser al mismo tiempo sublimemente dulce y brillante. Un desasosiego avasallador lo hizo refugiarse entre capas de colchas y sábanas.  En medio de la habitación un nerviosismo lo sobrecogió, era como si de repente todo en ese cuarto se hubiera vuelto de metal; el piso flotante con olor a cera, las paredes de bloque con un fino acabado en mármol, su cama se cedro, de repente se convirtieron en elementos de algún maltrecho hospicio. Un frio le recorrió los pies. En su alcoba rezagos de la oscuridad competían en una batalla contra las luces del día que los superaban en número. Desde su cama oprimió un botón de un control rectangular, al tiempo que las persianas se abrían. El calor que emanaban esas persianas de plástico, recalentadas por resistir los calores del sol, se esfumaba cuando estas comenzaron a replegarse en una retirada ordenada  sin prisa. Le pareció un gran alivio recibir esos rayos de sol. Pero lo que dejaron ver fue totalmente espeluznante. 

miércoles, 12 de octubre de 2011

Suicidio

Estoy en sala . No considero espeluznante la visión que ofrece. Es verdad, no comparto tus miedos, pero no es razón para buscar lo perdido. Querida Amelia, discúlpame que cuando hables no comparta lo que dices, pero al menos trato de entenderlo. Amarte con pasión . Esa fue siempre mi consigna. He descubierto en ti mundos inventados, que como un gran secreto, uno a uno me los compartiste. Amelia, vive esa muerte . Te estoy esperando en el umbral de aquella puerta que conoces bien. La que se abre con prontitud ; la que se vuelve una opción, una mágica opción; la que con aplicación contemplas cuando divagas en mi alma. No puedo mantenerme entre este mundo y la salida; deseo que llegues pronto y morir los dos. El sufrimiento ha sido mucho y lo hemos soportado con ahincó tú y yo. Con los años, el alma se nos fue ensanchando, el corazón se hacía cada vez más grande, las lágrimas dejaron de ser tristes, los ojos brillaban más. El dolor no tenía compasión con nosotros. Lo soportamos como a un aguacero, como a un niño caprichoso complacíamos, hasta que el niño creció. Ya no debemos nada , ya no buscamos la grandeza, ya no es como al inicio. Términos pronto la prorroga que no es sano alargar los males. Deja ese sentimentalismo absurdo que ya no estamos para esas cosas. Cerremos la puerta y vivamos al fin nuestro amor. para mi Amelia

martes, 11 de octubre de 2011

I uno

Es como si las paredes se cerraran, doctor. Uno camina por los caminos de las casas, de los parques, de las universidades, de las calles, y cuando se detiene nota que las dimensiones cambian. Tal vez exagero y si, sea una locura, pero ¿es posible que uno quede encerrado al aire libre? Pronto los desamores, que ha sido en muchas ocasiones el perpetuo, otros muchos nuevos, otros muchos viejos, otros muchos impensados, y otros tantos devastadores; también sentirme sucumbiendo ante las rutinas. El foráneo que durante años vivió alejado de las necesidades de las relaciones fraternales, tendrá ahora que convivir en atmosferas densas de saludos, risillas hipócritas, cuchicheos en las espaldas, desbordamientos de elogios, omisiones de respuestas, hechos del doble pensar al puro estilo orwelliano. Magnánimos, doctor. Ilustres caballeros que gobiernan el mundo estos señores. Mi mundo se reduce al caos de la libertad. La infinita posibilidad de contenerlo todo y no contar con la cara bonita de la suerte sonriéndole a uno. ¡Maldita suerte de los de en medio! Los extremos a uno le aprisionan como paredes clausurando el espacio, como milímetros de una absurda escuadra. No entiendo, doctor, que las mañanas sean las mismas: tan rápidas, encerradas en el aire de la ciudad, tan inmundamente efímeras; encabezadas por testas huecas y burlonas, maceradas por el aliño que solo los perfumes regalan, y servidas en esos envases curvilíneos tan vacios. Son ángeles, doctor, ángeles idiotas que no entienden que a su derecha los pobres humanos morimos en manos de la realidad; mientras tanto ellos nos buscan en su mierdoso, adornado de occisos silencios: “imaginario de la realidad”. ¿Se puede soportar la estupidez de los Señores, cuando el que trabaja cae en cuenta que algunas pocas, algunas muchas, algunas todas, cosas están mal? Sus problemas son muy diferentes. Quisiera poseer los mismos problemas de ellos. A lo mejor y me volverían santo. Las paredes se siguen cerrando, doctor. El aroma de esmog, el tufo de sus perfumes me asfixia. Estoy cansado, doctor, muy cansado. Vivir en un polípero donde no existen puentes que me den una esperanza hastía hasta la agonía. Volver a las bases. Así recita una de esas leyes que uno aprende en esos lugares, ahora de ensueño. Ahora ya ni esas verdades que todavía me las repito funcionan. Volver a las bases, ¿Qué bases? Ya las ilusiones no tienen cabida en un espacio donde tener las ilusiones no representa nada. Darse en la boca es duro, doctor. Hasta hace poco yo creía que la esperanza siempre seria un contingente con el que contaría: lo pregonaba, me jactaba de ello. Ahora esa esperanza no tiene razón de ser. La puerta se cerró. La cita cambio de horario.

viernes, 7 de octubre de 2011

Queja formal contra las mariposas

Hay algo que debo confesar.
A quien competa, déjeme decirle que las mariposas nunca se van. Es curioso como un roce de piel se convierte en lo profundo como un ventarrón en el campo tupido de flores. Si, las mariposas siguen ahí y con el ventarrón revolotearon. Parecía que ya no quedaba flores,parecía que yo, una a una, día tras día las fui desojando en un intento por ver volar alguna; sin embargo nada se iguala al ventarrón de tus palabras, de tu mirada, mucho menos al de tu piel.

Son ahora palabras sueltas. Las anteriores despertaron alguna especie de torbellino en su corazón. Las de ahora, son solo más sinceras pues la distancia pone a prueba todo.

Espero que nunca lea esto. Porque la verdad estoy confundido. Es una interminable lucha entre los recuerdos y el presente, en donde además, se suman las mariposas. ¡Qué ridículo! ¿Quién pelea contra las mariposas? Son mariposas. No son rivales. A ellas simplemente se las espanta y ya. Pero las ventiscas las traen de vuelta siempre.

Yo creí que ya se habían ido las mariposas. Pero su permanencia significa algo. Significa lo que muchas veces, desesperadamente ocultamos. Tapamos sus revoloteos con un dedo, con una indiferencia, con una charla seca.
La risa de esas mariposas no me deja dormir. ¿De qué se burlan? No saben acaso que ya no deberían estar ahí.

Sabes, saben, (no se piense que es dirigido a alguien, es solo una queja contra las mariposas) no las puedo ahuyentar. ¿Por qué no se van y nos dejan en paz? ¿Por qué no se llevan con ustedes esas fuerzas que reprimo cuando su perfume avanza cauteloso? ¿Por qué no se apresuran y se dispersan, dispersando así la belleza de sus ojos? ¿Por qué no solo desaparecen para ya no quererla como siempre?
Pues he ahí el problema. Es tan obvio que se vuelve una broma a veces; una broma donde me olvido de reír....

Pobres mariposas es mejor convivir. Les propongo algo: sentemos a recibir con los rostros alegres esas ventiscas que tanto nos gustan. Yo invito la primera ronda. Quizás mañana la veamos y volemos cometas en las campos tupidos, mientras ustedes hacen su trabajo.

jueves, 17 de marzo de 2011

cuentos de la escuela.

- Bueno señores. Se paró de su asiento. El modelo en el que estaban ubicados los asientos, al ruedo del cuarto en cuatro niveles, permitió que todos escucharan y más importante que lo vieran.
Todas las miradas se situaron sobre él.
- Ahora - las luces se apagaron. Se encendieron unos reflectores que atenuaron bastante el ambiente.
Miró el enorme vacío del espacio en la sala.
- Podremos comenzar a educar- dijo al fin.
Inmediatamente los treinta cinco asientos libres de la sala fueron ocupados por cadáveres acicalados muy empeñosamente. Vestían sus más cotidianos ropajes de noche.
Parecían haber llegado recién del frio de la calle: transmitían esa frescura de la noche.
Cada uno tenía su mirada firme, absorta en el infinito de la muerte. Enorme analogía esta. Miraban sin ver. Sus ojos situados fijamente, escrutando en un punto firme del vacio. Sus ojos inexpresivos, serios, abrumadores. Sus ojos fruto del escalofrió de muchos. Sus ojos en el fondo, vacios; llenos de vacío. Llenos de la muerte, expresando su interés en los detalles de la vida.
De cuerpos lacios.
- ¡válgame dios!
- ¡¿pero qué es esto?!
- ¡son muertos!
- Recién fresquitos – de tono jocoso, como cómplice de aquel macabro hecho.
Muchos suspiros de asco, muchas quejas, asombros de repulsión.
Vaya beodo fue el pensamiento general.

domingo, 27 de febrero de 2011

El túnel.

No, los pasadizos seguían paralelos como antes, aunque ahora el muro que los separaba fuera como un muro de vidrio y yo pudiese ver a María como una figura silenciosa e intocable... No, ni siquiera ese muro era siempre asi: a veces volvia a ser de piedra y entonces yo no sabía qué pasaba del otro lado, que era de ella en esos intervalos anónimos, qué extraños sucesos acontecían; y hasta pensaba que en esos momnetos su rostro cambiaba y que una mueca de burla la deformaba y que quizá había risas cruzadas con otro y que toda la historia de los pasadizos era una ridicula invencion o creencia mía y que en todo caso había un solo tunel, oscuro y solitario: el mío, el tunel en que había trancurrido mi infancia, mi juventud, toda mi vida. Y en uno de esos trozos tranparentes del muro de piedra yo había visto a esa muchacha y había creído ingenuamente que venía por otro túnel paralelo al mío, cuando en realidad pertenecía al ancho mundo, al mundo sin límites de los que no viven en tuneles; y quizá se había acercado por curiosidad a una de mis extrañas ventanas y había entrevisto el espectáculo de insalvable soledad, o le había intrigado el lenguaje mudo, la clave de mi cuadro. Y entonces, mientras yo avanzaba siempre por mi pasadizo, ella vivía afuera su vida normal, la vida agitada que llevan esas gentes que viven afuera, esa vida curiosa y absurda en que hay bailes fiestas y alegria y frivolidad. Y que aveces sucedía que cuando yo pasaba frente a una de mis ventanas ella estaba esperandome muda y ansiosa (¿por qué esperandome? ¿y por qué muda y ansiosa?); pero a veces sucedía que ella no llegaba a tiempo o se olvidaba de ese pobre ser encajado, y entonces yo, con la cara apretada contra el muro de vidrio, la veía a lo lejos sonreír o bailar despreocupadamente o, lo que era peor, no la veía en absoluto y la imaginaba en lugares inaccesibles o torpes. Y entonces sentía que mi destino era infinatamente más solitario que lo que había imaginado.




ernesto sábato